Las personas tóxicas generan ambientes tóxicos, no al revés.
El talento no justifica el veneno.
Hace algunas semanas, en uno de los equipos de voluntariado donde participo, vivimos una situación tensa. De esas que parecen pequeñas, pero que se sienten como piedras en el zapato.
Todo empezó con algo aparentemente simple: falta de comunicación y coordinación. Uno de los integrantes —una persona apasionada y entregada— no lograba alinearse con lo que el resto del equipo buscaba construir. Ya había habido un par de roces. Nada fuera de lo común, pero sí señales de que algo no marchaba bien.
Tuvimos una reunión para aclarar las cosas. Se dijeron verdades, se limaron asperezas y, en teoría, se tendieron puentes. Salimos de ahí con la sensación de que habíamos desactivado la bomba a tiempo.
Pero el ambiente… el ambiente no volvió a ser el mismo.
Al principio no lo noté. El trabajo seguía fluyendo. Pero algo se sentía raro, como si todos camináramos sobre cáscaras de huevo. Poco a poco me di cuenta de que comenzábamos a medir nuestras palabras, no por prudencia, sino por miedo a incomodar a esa persona.
Y lo peor: esa persona, lejos de integrarse, empezó a entorpecer. No lo hacía de forma abierta. No gritaba, no insultaba. Pero dejaba comentarios a medias, usaba el sarcasmo como escudo y hacía sentir a los demás que cualquier cosa que dijeran podía volverse un arma en su contra.
Lamentablemente, tuvimos que sacarlo del grupo. Pero ya se había hecho un daño. Un desgaste silencioso. Una incomodidad que costó semanas volver a limpiar del ambiente.
Y esto, aunque parezca un caso aislado, pasa en organizaciones de todos los tamaños.
Muchas veces, cuando un ambiente se vuelve tenso o disfuncional, la culpa recae automáticamente en el nepotismo. “Es que está ahí porque es familiar del jefe”, decimos con facilidad. Y sí: si alguien contrata a su cuñado incompetente, es nepotismo. Pero también hay que hacerse una pregunta incómoda: ¿Quién más que la familia se la va a jugar cuando la empresa está en llamas?
La raíz del problema suele estar en otro lado. En ese perfil que muchos llaman “persona tóxica”, pero que si lo miras con más calma, muestra patrones más complejos. A veces Sociopáticos.
Este tipo de personas tienen una habilidad para leer el poder. Cambian su forma de hablar y comportarse cuando hay una figura de autoridad cerca. No llegan a ser lamebotas —eso ya sería muy obvio—, pero sí se muestran increíblemente cooperativos y amables. Tan buena onda, que el jefe ni se imagina lo que pasa cuando se da la vuelta.
Porque en la relación del día a día con el equipo… es otra historia.
Una historia de control pasivo, de manipulación sutil, de ambientes que se vuelven cada vez más incómodos sin que nadie pueda señalar con precisión qué está mal. Y cuando alguien lo hace, la respuesta es siempre la misma: “no fue mi intención”.
Pero la intención no es lo que determina el impacto.Y aquí es donde se vuelve más delicado.
Porque estas personas no solo generan daño… aprenden a hacerlo mejor con el tiempo. Son como virus que mutan. Si no estás observando, si no hay mecanismos para diagnosticar lo que se vive en el día a día, te das cuenta demasiado tarde. Y cuando lo notas, ya contaminó al equipo, a la cultura… y a veces incluso a la confianza entre los buenos.
¿Cómo puedes detectar esto antes de que escale?
¿Qué señales hay que observar cuando el malestar no es obvio, pero se siente?
Y sobre todo: ¿cómo proteger a tu equipo sin caer en paranoias?
Estas personas no siempre son las más ruidosas, ni las más incompetentes. De hecho, muchas veces tienen talento. Pero ese talento viene empaquetado con conductas que van desgastando a los demás. Aquí algunas señales para poner atención:
⚠️ Síntomas silenciosos de una persona que deteriora el ambiente:
Las conversaciones cambian cuando entra a la sala: Hay risas, ideas, intercambio… hasta que aparece. Y entonces todo se vuelve más frío o más serio.
Los demás comienzan a filtrar lo que dicen “por si acaso”: Ya nadie se siente libre de hablar abiertamente. Se cuidan las palabras, como si hubiera minas escondidas en cada frase.
Siempre tienen un problema con alguien (pero nunca es su culpa): Sutiles quejas, comentarios ambiguos, pero jamás un “tal vez me equivoqué”. El patrón es que siempre hay algo mal con otro.
Parecen cooperativos… pero solo cuando hay alguien con poder cerca: Frente al jefe o al líder son encantadores. Fuera de ese radar, se quejan, sabotean o desmotivan.
Hablan “bien” de todos, pero con un pequeño veneno disfrazado de comentario: “Es muy bueno en lo que hace… aunque últimamente ha estado medio perdido, ¿no crees?”. Ese tipo de frases que destruyen sin ensuciarse.
🛠️ ¿Qué puedes hacer si detectas a alguien así en tu equipo?
No esperes a que reviente: documenta y observa. No se trata de buscar culpables, sino patrones. Guarda ejemplos, tiempos, reacciones. La memoria es frágil cuando las emociones entran.
Haz diagnósticos periódicos del clima laboral: Una encuesta interna cada 3-4 meses, bien diseñada y anónima, puede revelar más que mil reuniones. Pregunta por seguridad psicológica, colaboración y conflictos latentes.
Diseña espacios donde la autoridad no sea el filtro: Crea dinámicas o sesiones en las que el equipo hable sin que esté presente el liderazgo directo. Lo que ahí se diga puede mostrarte la otra cara de la moneda.
No enfrentes el síntoma, aborda la causa: No es solo “llamar la atención” o “hablarle fuerte”. A veces eso solo alimenta su narrativa de víctima. Mejor enfócate en el impacto: ¿qué efectos tiene en el equipo? ¿qué comportamientos específicos no son aceptables?
Y si no cambia… actúa con firmeza: Hay decisiones difíciles que previenen daños mayores. Si alguien no está dispuesto a formar parte de una cultura sana, no debería tener lugar en ella. Incluso si es talentoso. Incluso si parece leal. La lealtad sin respeto al equipo es solo manipulación con disfraz.
Una persona puede tener todas las credenciales, el carisma y hasta resultados…
pero si su presencia apaga a los demás, no es un activo. Es una fuga lenta.
Los equipos no se rompen de un día para otro. Se desgastan en silencios incómodos, en ideas que no se dicen, en talentos que se van guardando. Y si no cuidas el ambiente, el talento que más valoras será el primero en buscar otra puerta.
No se trata de tener equipos perfectos, se trata de no normalizar lo que intoxica.
Por que al final de cuentas, la cultura no se cuida sola. Se cuida con observación, con intención… y a veces, con decisiones incómodas.
¡Hasta la próxima!
Cuanta verdad , en tan pocas líneas.
Felicidades Cesar por tan detallado análisis 👏🏻👏🏻👏🏻