La mejor máquina… ¿para quién?
Cuando los expertos se equivocan (porque están pensando en su mundo, no en el tuyo)
Hace más de una década me tocó ser simple espectador de una decisión estratégica: la compra de la primera máquina CNC en la empresa de maquinados donde trabajaba. Quien lideró la compra fue el socio de mi papá. Un tipo con mucha experiencia, muchas relaciones y, sobre todo, mucha seguridad al hablar de maquinaria.
La máquina que eligió estaba espectacular: alta capacidad de torque, lista para usar hasta 30 herramientas, y con acabados de lujo. Costó alrededor de $100,000 USD. Casi lo que una casa decente.
No exagero al decir que era una máquina hecha para producir piezas complejísimas en aceros especiales, con tolerancias de diezmilésimas de pulgada. Ideal… para las otras empresas del socio. Porque en la empresa donde yo estaba, fabricábamos piezas de plástico. Y ahí las tolerancias no eran tan exigentes, el material no necesitaba tanto torque, ni se requerían tantas herramientas.
Y sin embargo, nos funcionó. La máquina hizo bien su trabajo y nos permitió crecer. Dos años después ya analizábamos la compra de una segunda CNC. Esta vez yo ya estaba más involucrado. Me senté a estudiar lo que realmente necesitábamos.
Descubrí un modelo más modesto, más ágil, con un cambio de herramientas más rápido, y con un costo menor a la mitad de la primera compra. Claro, no venía de la marca “de confianza” del socio. Ni del proveedor “de siempre”. Eso bastó para que se encendieran las alarmas.
Las objeciones eran lógicas:
—“¿Y si falla?”
—“¿Y si no tienen refacciones?”
—“¿Y si no te da las tolerancias?”
Todo con sustento, sí. Pero con un punto ciego enorme: las decisiones se estaban tomando con base en experiencias ajenas y necesidades pasadas, no en el contexto real de nuestra operación.
Costó trabajo, pero se aceptó la propuesta. Tres meses después, ya nadie cuestionaba si fue buena idea. La máquina resultó excelente y el servicio técnico también. Lo más interesante fue lo que vino después: el propio socio empezó a cambiar esa misma marca en sus otras plantas.
Ahí entendí algo que no se aprende en los libros:
La opinión de un experto es útil, pero no infalible.
Especialmente si su experiencia se construyó en un contexto diferente al tuyo.
En la operación, como en la vida, hay decisiones que parecen técnicas, pero son profundamente estratégicas. Y muchas veces, lo más estratégico que puedes hacer es atreverte a pensar con cabeza propia.
Si estás en una empresa que está por tomar decisiones importantes, recuerda esto: no se trata de elegir “la mejor máquina del mercado”, sino la mejor solución para tu realidad.
Y esto no aplica solo a máquinas. Aplica a todo:
👉 A un nuevo sistema administrativo que tu negocio necesita, pero que no usaban en la empresa donde trabajaste antes.
👉 A cambiar de proveedor, aunque el actual sea “de confianza” pero ya no dé el ancho.
👉 A probar un enfoque distinto en ventas, servicio al cliente o hasta en la forma de capacitar a tu gente.
Lo nuevo siempre incomoda. Pero quedarte con lo de siempre solo por miedo a lo desconocido, es una decisión disfrazada de prudencia que a veces le cuesta años al negocio.
No se trata de probar por probar. Se trata de mirar con claridad lo que realmente necesita tu empresa… y atreverte a actuar aunque eso implique salir de tu zona de confort (o de la de tu jefe).
Porque sí: a veces crecer significa tener la valentía de decir “gracias por tu experiencia, pero yo también hice mi tarea.”
¡Hasta la Próxima!
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