Ego y humildad, son más que opuestos… son la esencia del liderazgo.
¿Alguna vez has idealizado a alguien, pensando que era mucho mejor de lo que realmente es? Al principio, la imagen que tenías de esa persona era muy admirable, pero con el tiempo descubres que tu visión estaba excesivamente adornada. Durante mi carrera, he conocido a muchas personas brillantes al abordar temas como la productividad, la eficiencia, el control de almacenes, el manejo de inventarios, el incremento de producción y otros aspectos que se suman a la lista de la #ExcelenciaOperativa. Sin embargo, la realidad es que, como dice el refrán, “No todo lo que brilla es oro”.
Hace unas semanas volví a ver a uno de esos colegas que siempre estuvo en busca de la mejora continua; hoy ya está retirado, disfrutando de la doble pensión que obtuvo en los últimos años de su carrera. Platicamos durante un par de horas sobre anécdotas, y constatamos que, a pesar de los avances tecnológicos, los problemas realmente no han cambiado tanto en las últimas cuatro décadas; la gran mayoría tiene que ver con la lucha de egos y la falta de liderazgo.
La causa de la distorsión es la personalidad.
Tendemos a prejuzgar; aunque no queramos admitirlo, es algo más común de lo que pensamos. El refrán: “Como te ven, te tratan” parece quedarse corto. A menudo, confundimos personalidad con liderazgo, lo cual es tan falso como una moneda de tres pesos. Por otro lado, también asumimos que las personas tímidas no “tienen lo necesario” para liderar, a pesar de que existen claros ejemplos de grandes líderes como Bill Gates, Warren Buffett, Abraham Lincoln o Mahatma Gandhi.
Y no quiero decir que estoy inventando el agua tibia; hace más de cien años, Carl Jung publicó una teoría que, aún hoy, parece que no se termina de comprender en su totalidad; en ella, explicaba cómo se compone la personalidad humana. Esta teoría sirvió de base para que Katharine Cook Briggs y su hija desarrollaran la prueba conocida como Myers-Briggs, una herramienta que permite identificar el tipo de personalidad de quien la realiza. Aunque ha pasado por varias revisiones y adaptaciones, sigue siendo relevante en la actualidad.
Lo más interesante es que ninguno de los dieciséis tipos de personalidad se opone a la capacidad de ejercer liderazgo, ya que cada uno aporta cualidades únicas valiosas en distintos contextos. Sin embargo, aún tendemos a encasillar el liderazgo en apenas una cuarta parte de estos perfiles, lo que limita nuestra visión sobre lo que es necesario para liderar.
El ego, ingrediente principal.
“Me han dicho” que en algunas cantinas cuelgan letreros donde se prohíbe hablar de política o religión para evitar conflictos, pero la bendita idiosincracia mexicana parece que ese tratamiento lo aplica también para otros temas, como discutir de dinero en la sobremesa, pero sobre todo hablar del propio ego.
A esta autopercepción no se le ha dado el indulto que han recibido otros temas que no hace ni veinte años eran un medio tabú como la unión libre, la identidad sexual o la marihuana que hoy vemos que se comercializan sus derivados en las farmacias. Ponerte a hablar de tu propio ego no es sencillo, te hace sentir egoísta y egocéntrico… así que mejor lo ignoramos (al menos en secreto).
La realidad es que el ego es una imagen que tenemos de nosotros mismos, es decir, cómo nos valoramos y percibimos. Es esa parte de la personalidad que nos ayuda a definir quiénes somos y qué creemos que merecemos, es eso que nos ayuda a ponerle sabor a la vida; como la sal en la comida.
Y casualmente tiene los mismos efectos. Si no consumes sal, se pierde el equilibrio de los líquidos vitales del organismo, hay afectaciones musculares y fallos en el sistema nervioso. Y si consumes demasiada el exceso de sodio incrementa la presión arterial que se traduce en infartos y embolias, además de la hinchazón generada por la retención de líquidos.
En el ego es totalmente similar. Las personas que no se conocen a sí mismas usualmente tienen relaciones conflictivas, la desconfianza en otras personas es la norma a seguir, una gran mayoría toma decisiones viscerales, pero sobre todo, viven en la autodecepción. Los casos más llamativos son aquellos que vemos en la melancolía y la depresión, pero no son los únicos.
Y esta la otra cara de la moneda, los que no logran ver lo inflado de su ego. Son esa personas que creen estar por encima de los demás. Este exceso no es señal de verdadera fortaleza, sino más bien de una fragilidad oculta. La arrogancia y la prepotencia se imponen, haciendo que se resistan a reconocer errores. Un ego desmesurado empaña la capacidad para establecer relaciones genuinas, provocando aislamiento y conflictos, tanto en lo personal como en lo profesional.
Una cucharada de humildad.
En el liderazgo, es necesario ese toque de ego; o mejor dicho: tienes que tener una percepción de quién eres tú, si es que quieres guiar a alguien más. Pero sobre todo hay que tener humildad.
Y es en esta parte donde la idiosincracia nos vuelve a jugar una mala pasada. La humildad no tiene nada que ver con la pobreza. María la del barrio y Pepe “el Toro” nos mintieron. Ser humilde significa reconocer y aceptar nuestras propias limitaciones y virtudes sin exagerarlas.
Es entender que todas las personas somos iguales, que la única diferencia son las situaciones de vida. Sobre todo comprender que no eres más que nadie y viceversa.
Pero creo que la mejor explicación que he escuchado la dijo Bob Gaylor: “No confundas la humildad con la debilidad. La humildad es estar abierto a las ideas de los demás.”
Ser humilde es lo contrario a tratar de negar nuestros logros o de minimizar lo que hemos conseguido, sino de reconocer que siempre hay algo que aprender en cada interacción. Una persona humilde entiende que el éxito no es una hazaña solitaria, sino el resultado de la suma de contribuciones de todos.
La humildad permite reconocer que cada miembro del equipo tiene valor, que las críticas constructivas son oportunidades para crecer y que la verdadera grandeza se alcanza cuando se comparte el conocimiento y se fomenta el aprendizaje mutuo.
Paradójicamente esta apertura y reconocimiento hacia los demás, es el resultado del dominio del ego. Si lo pensamos bien, para poder aceptar críticas, ideas nuevas, o las opiniones de cualquier persona debes tener seguridad y confianza en ti. Esa confianza es la que permite abrirte a nuevas ideas, sobre todo a ejercitar la escucha activa. Y es ahí donde se cimienta el liderazgo.
Aprendiendo en cabeza ajena
La finalidad de este newsletter siempre a sido compartir historias y ejemplos que puedan dejar algunas tipo de aprendizaje. Pero también se que hay que predicar con el ejemplo.
En la platica que tuve con aquel amigo reflexioné sobre varias cosas que quiero compartir. Durante esas dos horas el tema central fue él mismo. En sus historias siempre resaltó que gracias a su intervención se habían logrado los éxitos siempre deseados. Él solo en cuestión de semanas resolvía lo que en años no se había logrado… sobre todo que había logrado grandes mejoras en grandes empresas; pero lo que repitió constantemente fue que en ninguna de las empresas en las que trabajó se le reconoció adecuadamente.
El mayor aprendizaje que me dejó aquella conversación es que el liderazgo no depende de un cargo ni de logros individuales, sino de la capacidad de conectar y crecer junto con los demás. Este colega, a pesar de su innegable talento, había centrado tanto la mirada en sí mismo que no pudo ver el valor que otros podían aportarle, ni reconocer cómo el éxito también se construye de forma colectiva. Así, sin la humildad necesaria para escuchar otras ideas o aceptar críticas, se perdió la oportunidad de forjar una verdadera comunidad de trabajo, donde cada uno colabora para alcanzar metas comunes.
Al final, yo creo que liderar implica ser consciente de que, por muy brillantes que sean nuestras propias contribuciones, siempre hay algo que aprender de los demás. Un líder genuino se levanta junto a su equipo y reconoce que su grandeza se cimenta en la suma de cada aporte. El ego, cuando se equilibra con la humildad, nos impulsa a ser la mejor versión de nosotros mismos y a inspirar a otros a crecer a nuestro lado. Y ese, al final, es el auténtico corazón de la #ExcelenciaOperativa.
¡Hasta la próxima!