Confieso algo: muchas veces, en las pymes no tenemos directores… tenemos bomberos de tiempo completo. Y no lo digo en tono de burla. Lo digo porque lo he visto.
Hace poco más de dos años conocí a Ricardo. Recién se había integrado a la empresa de su papá, mejor conocido por todo el equipo como el Inge. Así, con respeto… y con miedo también.
La empresa llevaba más de 20 años en el negocio del mantenimiento a sistemas HVAC. Clientes de primera, márgenes decentes, un equipo técnico con experiencia de sobra… y una operación que pendía de un hilo tan delgado, que ni para colgar un post-it servía.
—Aquí todo depende del Inge —me dijo Ricardo en nuestra primera conversación.
—¿Y quién resuelve cuando pasa algo?
—El Inge.
—¿Y quién planea, cotiza, contrata, despide y persigue pagos?
—También él.
—¿Y quién aguanta la presión de todo eso?
—Pues… ya no tanto. Por eso estoy aquí.
Y sí, el Inge ya no aguantaba tanto. Ni física ni emocionalmente. Las madrugadas le estaban cobrando factura. Así que Ricardo, financiero de profesión y completamente ajeno al mundo de los fierros, decidió entrar al quite.
Pero claro, entrar no es lo mismo que integrarse.
Ricardo venía de Excel. El Inge, del taller. Uno hablaba de flujos de efectivo, el otro de fugas en sistemas. Uno decía “vamos a eficientar”, el otro “¿cuál eficientar si no tenemos ni pinzas?”
Era como ver una película con dos guiones distintos. El hijo tratando de hablar de rentabilidad, y el papá todavía apagando incendios con una manguera invisible… y sin delegar ni el encendedor.
La urgencia como cultura
Y esa era la verdadera cultura de la empresa: la urgencia. Todo era urgente. Tan urgente, que no había tiempo de entrenar, de documentar, de corregir ni de nada.
Eso sí: había tiempo de correr, de resolver sobre la marcha, de comprar lo que no hacía falta “por si acaso”, y de confiar ciegamente en que la experiencia era mejor que cualquier procedimiento escrito.
Spoiler: no lo es.
¿Qué hicimos? Empezar desde lo obvio
Primero entendimos algo básico pero muy poderoso:
Para delegar, hay que entrenar.
Y para entrenar, hay que estandarizar.
No al revés.
No se vale brincar pasos.
No hay atajos.
Y sí, cuesta trabajo. Porque estandarizar es aburrido. Entrenar, toma tiempo. Y delegar… da miedo.
Pero lo fuimos logrando. Paso a paso.
Empezamos con cosas tan básicas como responder:
¿Quién entrega las herramientas al equipo?
¿Cómo sabemos si alguien está listo para ir solo?
¿Qué se hace cuando no hay refacciones?
Al principio el Inge veía todo con ojos de “estos muchachos no saben”.
Pero poco a poco, el equipo empezó a responder sin esperar la instrucción.
Y un día, sin que nadie lo notara, el Inge dejó de contestar las llamadas a las 10 de la noche.
¿Y Ricardo?
Ricardo sigue aprendiendo. Sigue tropezando. Pero ya no se siente como el financiero raro en tierra hostil. Ahora dirige. Y no porque le dieron el título. Sino porque dejó de ser el hijo que veía los números… para convertirse en quien construye un sistema.
Un sistema que no necesita héroes.
🔒 El resto de este artículo es exclusivo para suscriptores de Reflexiones de un Cuarentón.
En la parte final te cuento qué pasó con el Inge, cómo soltó el control sin que la operación colapsara, y te comparto un ejercicio que puedes aplicar hoy mismo en tu empresa para empezar a delegar sin miedo.
Porque las empresas no deberían depender de una sola persona que lo resuelve todo.
Deberían depender de procesos, de roles claros, y de un liderazgo que enseña antes de soltar.
Lo que el Inge no sabía que ya tenía
Don Pedro, mejor conocido como el Inge, no necesitaba un MBA, ni más gente, ni maquinaria nueva.
Lo que necesitaba era soltar… pero sin que todo se viniera abajo.
Y eso no pasa solo con voluntad.
Se necesita una estructura. Aunque sea sencilla. Aunque esté hecha en papel reciclado y escrita con pluma roja. Pero que exista.
Lo interesante es que ya tenían muchas cosas a favor:
Un equipo leal y con muchísima experiencia
Clientes que confiaban en su trabajo
Un nuevo líder con mentalidad financiera y deseos de cambio
Lo único que faltaba era juntar esas piezas.
Y dejar de vivir como si cada semana fuera cierre de mes… y fin del mundo.
Una de las sesiones clave fue cuando, por primera vez, el Inge se quedó callado.
Lo digo en serio.
Se sentó a escuchar a su equipo hablar de los problemas que vivían todos los días, y cómo podrían solucionarlos si les dejaban tomar decisiones pequeñas sin miedo a “regarla”.
Ahí entendió que no era que nadie supiera qué hacer.
Era que nunca les habían enseñado de forma clara… y tampoco les habían dejado intentarlo sin la sombra del regaño encima.
¿Te reconociste en esta historia?
Si al leer esto sentiste que hablo de ti… probablemente es porque tú también traes la manguera al hombro desde hace años.
Y no está mal. Pero no puedes seguir apagando fuegos para siempre.
Haz una pausa. Respira. Y pregúntate:
¿Qué pasaría si mañana no puedes contestar el teléfono?
¿Tu equipo sabe qué hacer?
¿Tú sabes qué delegaste y qué no?
No naciste para ser quien carga con todo.
Estás aquí para hacer que tu empresa funcione, aunque tú no estés.
Y eso, se logra con tres pasos sin glamour, pero con muchísimo poder:
Estandarizar. Entrenar. Delegar.
Para quienes quieren soltar… pero con método
Si tú también estás en ese punto donde sabes que ya no puedes hacerlo todo, pero te cuesta confiar o simplemente no sabes por dónde empezar, aquí te dejo un ejercicio saber si tu operación ya está lista para delegar:
¿Tienes al menos un proceso documentado paso a paso?
¿Sabes exactamente qué tareas haces tú que ya no deberías estar haciendo?
¿Hay alguien que pueda replicar lo que tú haces sin improvisar?
¿Tienes claridad sobre qué decisiones puedes soltar y cuáles aún no?
¿Estás dispuesto(a) a dejar que otros cometan errores para que aprendan?
Si respondiste “no” a tres o más… es probable que todavía estés en modo bombero, aunque ya tengas escritorio de director.
Esta revisión, por más simple que parezca, sirve como espejo. No para darte más trabajo, sino para ayudarte a priorizar.
Porque antes de delegar una función, necesitas tener claro qué tanto la tienes controlada tú, y qué tan replicable es para alguien más.
El desenlace
Ricardo no salvó la empresa. Ni el Inge tampoco. Lo que realmente hizo la diferencia fue algo mucho más silencioso: el proceso de confiar.
Confiar en los demás. Confiar en que no todo se tiene que hacer perfecto desde el primer intento. Y confiar en que, cuando se enseña bien, las personas sí responden.
Así que si tú estás en ese punto en el que sabes que necesitas dejar de hacer todo…
No empieces soltando.
Empieza enseñando.
Y para enseñar, primero hay que estandarizar.
El camino del bombero al director no es mágico.
Pero tampoco es inalcanzable.
Es solo eso: un camino. Sin atajos.
¡Hasta la próxima!
Poñoñon !!!
Gracias Cesar por compartir 🙏🏻